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La salud es un requisito para el bienestar de los individuos. Sin embargo, la misma, está ligada a la edad de las personas, la etapa de la vida en que se encuentran, así como a las condiciones en las que se han desarrollado. La etapa universitaria representa un momento de cambio y de adaptación que exige tomar decisiones, plantear y replantear metas, reconocerse a sí mismo y asumir responsabilidades en torno al presente y al futuro.

Llevar un estilo de vida saludable, está relacionado con la disminución de las enfermedades crónicas no trasmisibles. Una etapa crítica en la adquisición de estos buenos hábitos ocurre en la infancia, pero también en la vida universitaria, donde los estudiantes pasan de una rutina regular de actividad física, a una rutina cargada de estrés y compromisos.

En los estudiantes, el desarrollo intelectual hace que los requerimientos energéticos y nutricionales sean mayores. Así, la dieta de un estudiante promedio debería estar conformada por comidas variadas, completas, equilibradas e hidratadas, basada en el consumo moderado de todo tipo de alimentos y una ingesta de 5 a 6 comidas diarias. En la mayoría de los casos, los estudiantes universitarios no cumplen con estos requisitos para llevar a cabo una buena alimentación, por lo que se generan trastornos alimenticios, que a largo plazo generaran problemas de salud, como obesidad, diabetes, hipertensión, dislipidemias (grasas a nivel sanguíneo alteradas), enfermedades cardiovasculares, gastritis, colitis, migrañas, entre otros. No obstante, una mala alimentación también puede afectar el desempeño académico y bienestar emocional de un estudiante; el consumo excesivo de grasas saturadas y azúcar, así como la escasez de vitaminas y minerales, contribuyen al agotamiento y cansancio.

El desgaste es general y no discrimina entre carreras ni sedes, según determinó un estudio realizado por la Unidad de Promoción de la Salud de la Oficina de Bienestar y Salud, en la Universidad de Costa Rica (UCR). La investigación, dirigida por Saúl Aguilar, midió la autopercepción sobre la salud de 7.385 estudiantes que ingresaron a la UCR en el 2011 y el 2012 y, volvió a evaluar a 3.545 de ellos en el 2015. En ese periodo, todos los padecimientos considerados aumentaron. Por ejemplo, la cantidad de estudiantes que sufría colitis subió en un 8,03%, mientras que el crecimiento en las gastritis fue de 4,29%, en las migrañas fue de 5,7% y en las odontalgias (dolor de dientes o muelas) de un 4,04%.

“El aparato universitario está estructurado para que al estudiante se le prueben sus condiciones mentales y hasta físicas al límite. ¿Cuál es el problema?, que estos estudiantes no vienen desde la secundaria con las herramientas necesarias para poder afrontar estas exigencias de forma satisfactoria”, comentó Aguilar.

En dicho estudio, el aumento en el peso luego de entrar a la universidad fue común entre los estudiantes que participaron del estudio de Aguilar. Entre el año de ingreso y el 2015, el porcentaje de estudiantes con bajo peso bajó un 3,15% y el de alumnos con un índice de masa corporal (IMC) normal disminuyó un 5,3%, mientras que los estudiantes con obesidad aumentó un 2,38% y el de estudiantes con sobrepeso se incrementó en un 7,4%.

Aguilar considera que ajustar los horarios de las lecciones es uno de los cambios que la UCR podría hacer para fomentar que sus estudiantes tengan una mejor calidad de vida.

Según Alexia De Piero et al (2015), en su publicación Tendencia en el consumo de alimentos de estudiantes universitarios“los jóvenes de países en Latinoamérica están experimentando un fenómeno que se conoce como transición nutricional, asociado al rápido proceso de urbanización y cambios económicos. Estas transiciones implican cambios en el patrón alimentario, las cuales se caracterizan por reemplazar platos y alimentos tradicionales por otros de alta densidad energética, ricos en grasas y productos refinados, con bajo contenido de fibra. Esta transición puede generarse por diversos factores, entre ellos el inicio de la vida universitaria”.

Se cree que en esta etapa las personas introducen cambios importantes que persistirán en la edad adulta, estos cambios suelen implementarse por falta de tiempo, mudanza, estrés, consumo de alcohol y drogas, falta de actividad física o bien espacios para la recreación, entre otros. Si se tiene en cuenta que muchos de estos estudiantes proceden de distintos lugares y cambian de costumbres y escenarios, se entiende que durante el transcurso de su carrera adopten o adquieren nuevos hábitos. Los distintos horarios de clases podrían afectar su vida desde la perspectiva nutricional. Es posible que no realicen algunas de las comidas diarias, o no tengan una dieta equilibrada. Y es preciso recordar que, tanto el exceso, como el déficit de ciertos nutrientes puede ser un riesgo para la salud.

En 2009, en la Universidad Nacional de Córdoba realizamos un estudio sobre una muestra de 1.606 estudiantes. El resultado de las encuestas fue que, si bien realizaban las cuatro comidas diarias (desayuno, almuerzo, merienda y cena) en algún momento del día, las mismas eran monótonas, es decir consumían poca variedad de menús por falta de tiempo o por no saber cocinar. Más del 80 por ciento de los consultados desayunaba, pero la mitad no lo hacía diariamente. Y esa primera comida diaria estaba compuesta principalmente de alimentos con elevado contenido en hidratos de carbono provenientes de panificados, así como de azúcares simples (considerados obesogénicos)“.

Consejos

Sabemos que la alimentación saludable permite prevenir ciertas enfermedades (Dislipidemias, obesidad, diabetes, anemias) y contribuye así al bienestar fisiológico, mental y social. Desde ambos puntos de vista, cobra una importancia crucial dentro de la población de estudiantes universitarios, ya que la juventud es una etapa clave, en la que se adquieren o consolidan hábitos y costumbres que influyen a la hora de alimentarse. Es necesario reforzar la educación nutricional en los estudiantes, fomentando el consumo de alimentos más saludables, bajos en grasa tipo frituras, azúcar y sodio; aumentar la ingesta de más vegetales y frutas, además de tener una adecuada hidratación (mínimo 2 litros/día).

A pesar de los horarios lectivos, tratar de mantener de 5 a 6 tiempos de comida, cargando como meriendas productos integrales altos en fibra, frutas, yogurt, semillas, entre otros. Manejar el estrés mediante diferentes técnicas de relajación y meditación, realizar ejercicio de manera constante, incluso participar más de eventos y actividades recreativas; investigar e instruirse en temas de alimentación saludable, dormir lo suficiente y tener un chequeo médico regular.

Lic. María Fernanda Argueta Muñoz
Nutricionista, parte de la Red Médica MediSmart.